La tempestad

La nana Casandra decía que el exagerado gusto del -por otra parte más que respetable- profesor Páramo por los placeres de la carne se debía a una confusión del destino y de sus ritmos, y es que el doctor había vivido, hasta hace bien poco, al revés. Había quemado hasta la combustión el salvajismo deleitable de su juventud más rabiosa entre lecturas añejas y ejercicios intelectuales, titánicos para alguien que no contara con una voluntad férrea e inamovible. Aquel hombre siempre quiso hacerlo todo, y todo quiso hacerlo bien.