Este año no tenía ganas de carnaval, así que había ido a comprarme una peluca a regañadientes por la insistencia de mis amigos. Decían que ya llevaba demasiado tiempo lamentándome y llorando por las esquinas, que era hora de pasar a la acción y cerrar ese capítulo. Pero me seguía doliendo. Aquel hombre era bueno como José, el carpintero de María, que había aceptado como propio a ese niño nacido castamente de una paloma, sin rechistar… Quién coño iba a creerse esa historia; pero a él nunca le importó, siguió al lado de María como si tal cosa.
Pues así era aquel hombre, mi hombre, o el que lo había sido.
Fui yo quien lo dejé. Él era demasiado bueno, y a mí José siempre me había parecido un poco gilipollas.
Nota de la autora: este relato surge en un taller de escritura impartido por Mai Santos a mi alumnado de Literatura Universal en el curso académico 2024-2025. Uno de los ejercicios que nos planteó consistió en componer un texto literario a partir de dos palabras aparentemente inconexas, distribuidas al azar entre todos los participantes. Las mías fueron «peluca» y «carpintero».
