La historia de los Dakota está repleta de matanzas e injusticias, como la mayoría de las conquistas. El ahorcamiento de los 38 guerreros Dakota en 1862, aun constituyendo la mayor ejecución jamás realizada en la historia de los Estados Unidos, no representa sino una pequeña parte del atropello al que ha sido sometido este pueblo a lo largo de toda su historia. Un pueblo sin piernas pero que camina.
La historia de Dakota 38 comienza con un sueño. En la primavera de 2005, un Dakota y antiguo veterano de la guerra de Vietnam, Jim Miller, se imagina cabalgando como sus ancestros a través de las llanuras del estado de Dakota del Sur. Su carrera lo conduce hasta una ribera en Minnesota, donde yacen inertes los cuerpos de los guerreros Sioux que han muerto ajusticiados. Por ese entonces, el veterano de guerra no sabía nada acerca de la ejecución ordenada por el presidente Lincoln en 1862. Fue este uno de esos sueños cuyas imágenes nunca abandonan a quien las visita y también fue este sueño el que, 4 años más tarde, germinó en la grabación del documental Dakota 38 y el proyecto que lo acompaña: la ‘carrera de la reconciliación’.
La celebración anual de la ‘carrera de la reconciliación’ consiste en una peregrinación a caballo de 330 millas (más de 530 kilómetros) durante el mes de diciembre, desde Lower Brule, en Dakota del Sur, hasta Mankato, en el vecino estado de Minnesota, donde un 26 de diciembre de 1862 fueran ahorcados 38 guerreros Sioux, acusados de diversos cargos por su participación en los levantamientos contra las autoridades estadounidenses. En esta época del año las condiciones climáticas suelen ser siempre adversas, jinetes y caballos se ven expuestos a frecuentes tormentas de nieve y heladas durante su peregrinaje. Sin embargo, el frío se combate a partes iguales al recordar por qué cabalgan, junto con la calidez que da la bienvenida que muestran los locales de las poblaciones que visitan a su paso.
Dakota 38 documenta la ‘carrera de la reconciliación’ del año 2008, junto con valiosos testimonios de sus participantes. En la página oficial de la productora, Smooth Feather, podemos tener acceso a la proyección completa del reportaje de manera gratuita, a través de Youtube y Vimeo. La razón de que el documental se distribuya de manera altruista responde con lógica a la intención con la fue creado: Dakota 38 es una historia de reconciliación con el pasado, una forma de aliviar pesadas cargas que aún hoy siguen atormentado a los nativos americanos.
Podría pensarse que un hecho acaecido hace 150 años descansa tranquilo, acumulando polvo en la memoria de las nuevas generaciones de mestizos, indios Dakota y conquistadores. No ha ocurrido así para los Sioux. Esta comunidad de nativos americanos se siente perdida en una tierra que un día fue suya y en la que hoy no encuentra su sitio. Una paradoja dolorosa, que Jim Miller resume en una frase que encierra mil fantasmas: “Tienes que saber de dónde vienes antes de saber hacia dónde te diriges”. Hay demasiada rabia contenida en los espíritus de los jóvenes Dakota.
La pesada carga que se cierne sobre este pueblo es el hilo conductor del reportaje. La guerra de 1862 constituyó tan solo otro punto de inflexión sin retorno para los Sioux. A cambio de sus tierras, el gobierno de los Estados Unidos prometió a los indios Dakota comida, así como otra serie de ínfimas retribuciones en relación al acuerdo desigual que estaban negociando unilateralmente con los nativos. El conflicto se desencadenó al no producirse la citada recompensa tras llevarse a cabo la expropiación de sus tierras, dando comienzo a la que dio en llamarse ‘la guerra de Little Crow’.
El 18 de agosto de 1862, Little Crow (`Pequeño cuervo’), líder de los Sioux, se sublevó contra el gobierno estadounidense, realizando numerosas incursiones, principalmente en Fort Ridgely y New Ulm. Dicho levantamiento culminó con la derrota de los nativos en Wood Lake, el 22 de septiembre de 1862, donde los Dakota perdieron a 700 guerreros. Después de su rendición, de los cerca de 2.000 Sioux que sobrevivieron, más de 300 fueron condenados a muerte; los otros 1.300 fueron confinados en Fort Snelling. Gracias a la intervención del por entonces obispo de Minnesota, Henry Whipple, el presidente Lincoln anuló la ejecución de la mayoría de los detenidos. A pesar de ello, el 26 de diciembre de 1862, 38 de los condenados fueron ahorcados en Mankato. Después de estos acontecimientos, los Dakota fueron expulsados de Minnesota y confinados a vivir en reservas en los estados de Nebraska, Dakota del Norte, Dakota del Sur o Canadá. Una decisión involuntaria que ha dejado profundas cicatrices en la memoria de este pueblo errante.
Silas Hagerty, director de Dakota 38, afirma sin tapujos que hay un innegable “trauma histórico” en esta historia, “en la que numerosos hombres Dakota participantes en la ‘carrera de la reconciliación’ hablan de su depresión genética, transmitida de generación en generación”. Tales problemas se reflejan de manera evidente en los numerosos casos de drogadicción, alcoholismo, familias rotas y suicido que se ensañan con los nativos americanos y que se testimonian en el reportaje.
Sarah Weston, co-directora del documental y miembro de una de las tribus Dakota, relata que el suicidio halla su causa fundamental en lo que ella llama “aflicción histórica”, fruto de la colisión traumática que se produjo en el siglo XIX entre los nativos americanos y los colonos blancos, un conflicto aún no resuelto para los Sioux. El propio Jim Miller, ahora líder espiritual de la tribu, tuvo que hacer frente a unos problemas de alcoholismo ya superados; pero no todos los Dakota encuentran la fuerza suficiente para seguir adelante. De hecho, el final de Dakota 38 nos revela un panorama desolador: la muerte voluntaria de muchos de los jóvenes Sioux participantes en el film.
Sin embargo, como explica Jim Miller: “no podemos seguir culpando a los ‘wasichus’ (colonos blancos). Nos estamos haciendo daño a nosotros mismos. Estamos vendiendo drogas. Estamos matando a nuestra propia gente. He ahí el objetivo de la ‘carrera de la reconciliación’: la curación de nuestras heridas”. Es este uno de los mensajes fundamentales del documental, en palabras de Sarah Weston: “los Dakota y otras tribus nativas tienen que dar un paso voluntario, simple y dificilísimo: perdonar los delitos del pasado”, “un pasado verdaderamente traumático”. No se trata de olvidar la historia, sería un contrasentido para el propósito con el que fue creado Dakota 38; se trata de expiar la condena que impone arrastrar un sentimiento incómodo de rabia contenida e impotencia, que se refuerza generación tras generación.
En Mankato, a las diez en punto de un 26 de diciembre de 1862, 38 nativos Sioux apresados por el gobierno de Estados Unidos se dirigieron al cadalso, sus rostros cubiertos por capuchas de lino. En la procesión hasta el lugar de ejecución, conscientes de su destino, los soldados Dakota entonaban los cantos de muerte que habían aprendido de sus antepasados, componiendo una hipnótica letanía que sobrecogió a todos los curiosos que se habían congregado para presenciar el momento en que la soga apagara para siempre las voces de los condenados. Los tambores repicaban anunciando el final inminente, queriendo imponerse a las voces de los nativos sin rostro. Hasta que llegó el silencio, un silencio sordo y definitivo. Pronto, los médico de la zona acudieron al lugar para recoger con helada eficiencia los cuerpos sin vida de algunos de los Dakota, necesitaban cadáveres en los que poder practicar sus hazañas científicas. Los otros cuerpos fueron enterrados sin identificar en una tumba colectiva. En 30 años, los Sioux perdieron las 29/5 partes de su territorio, así como 12 millones de hectáreas en parques naturales.
El próximo diciembre, los descendientes de estos nativos que un día fueran dueños de la tierra de las promesas participarán en una nueva ‘carrera de la reconciliación’. Cabalgarán incansables para combatir los fantasmas del pasado, para avanzar más rápido que ellos, para dejarlos atrás definitivamente y cerrar viejas heridas. Aún hay mucha gente, en el propio estado de Minnesota, que ignora las injusticias cometidas contra esta población de nativos americanos, que desconoce lo que sucedió en Mankato aquel diciembre de 1862. Dakota 38 se distribuye incansable de manera altruista por todo Estados Unidos, sin ánimo de revancha, para hacer justicia a la memoria de tantos ancestros caídos en las garras de la guerra y las promesas rotas. Dakota 38 es la historia del peregrinaje de estos habitantes originarios del continente americano, de las tempestades a las que deben hacer frente en su viaje, de las comunidades de nativos y ‘wasichus’ que los hospedan y alimentan a lo largo del camino, y de las lágrimas pesadas y amargas que, después de tanto tiempo, están empezando a limpiar de sus rostros.