Rojo aceituna, la importancia de una cerveza

“-No vamos de analistas –le respondo-, al final le hemos dado más importancia a la cerveza que a la política.” (Menéndez 2014, pág. 217)

Observando la portada del último libro del escritor Ronaldo Menéndez, Rojo aceituna, el lector desprevenido puede llevarse la impresión de estar ante un ensayo sobre el impacto del comunismo en el mundo. El martillo y la hoz se cruzan, en rojo contraste, sobre el fondo verde aceituna de lo que imaginamos como el bolsillo de la camisa de un uniforme militar. El efecto se acentúa al comprobar la nacionalidad del autor, cubano emigrado desde hace más de 20 años y crítico con el proyecto comunista de la isla, de la que puede “entrar y salir mientras no critique al gobierno de Fidel Castro” (Menéndez 2014, pág. 32). Una rápida hojeada al interior del libro y la sospecha inicial se desorienta. Las litografías en blanco y negro de Alejandro Armas Vidal, a veces también teñidas de rojo, tienen un significado propio y abierto a interpretaciones diversas que no siempre resulta fácil descifrar, a la manera de esas láminas para evaluar la personalidad del test de Rorschach. La curiosidad aumenta y el lector parece conminado a  dirigirse a la primera página y comenzar a leer en pos de una aclaración: “Cuando supe que no íbamos a dormir juntos me acordé de aquella leyenda budista…” (Menéndez 2014, pág. 13) -un comienzo poco probable para un ensayo sobre el comunismo-, y es entonces cuando queda atrapado en las redes de una prosa cuidada y vertiginosa de la que no conseguirá liberarse, con pesar, hasta llegar a la última página. 


Rojo aceituna es, ante todo, un libro de viajes. No es, sin embargo, un cuaderno de bitácora donde el autor se haya limitado a hilvanar cronológicamente los avatares de su recorrido por el mundo: un viaje de 13 meses por Cuba, Bolivia, Vietnam, Laos o Camboya -entre otros-, que culmina en agosto de 2012 y en el que la sombra del comunismo sirve como eje estructurador de la historia. Cada crónica sobre los países visitados parece comenzar abriendo una cerveza: “¿He dicho que no sentimos que hemos llegado a una ciudad si no probamos su cerveza?” (Menéndez 2014, pág. 22) , y acaba convirtiéndose en un relato donde el humor –también la sátira- son una constante, muchas veces la forma de denuncia más eficaz frente a la disonancia que plantea la realidad observada: las condiciones paupérrimas de los mineros en Bolivia, el realismo mágico socialista cubano, las favelas en Río de Janeiro, las atrocidades perpetradas por los jemeres rojos en Camboya, el turismo sexual de Tailandia… Solo en algunos casos la esperanza se cuela por algún resquicio olvidado por la miseria.


Pero Rojo aceituna no es un relato apesadumbrado; Menéndez es el cicerone que nos hace partícipes de su odisea, un viaje a Ítaca repleto de olores y sabores, salpicado de anécdotas y leyendas, de referencias literarias y cinematográficas bien traídas: Hemingway en Cuba, Apocalypse Now en Vietnam o Cidade de Deus en Río de Janeiro. Pero también Kill Bill, Borges, García Márquez, Michel Houllebecq o Vicente Huidobro. Una lectura en la que a veces hay que hacer una parada obligatoria para escuchar a Patricio Manns entonando “Vuelvo” en Chile, o a Benny Moré, “el bárbaro del ritmo”, en Cienfuegos.


Sin embargo, lo verdaderamente importante de este libro de viajes, más que la descripción de esos destinos a la sombra del comunismo, son sus habitantes. Los personajes se describen de manera entrañable, y cree uno hasta conocerlos de tanto inmiscuirse en su intimidad subjetiva. Son los responsables de metahistorias, como el viaje a Venezuela que le narra un amigo a Menéndez desde Cuba, pero representan, sobre todo, la encarnación de esa pregunta iniciática que vertebra Rojo aceituna: ¿qué ha sido del comunismo en el mundo? “Lo más importante que conocí en mi viaje, en términos comunistas, fue una sola cosa: individuos. Partí buscando una idea grande y abstracta, y me encontré con una telaraña de vivencias concretas. Salí en busca de un “ensayo”, y viví una “novela” de verdades relativas.” (Menéndez 2014, pág. 289).


¿Qué ha sido, entonces, del comunismo en el mundo? ¿Qué ventajas plantea –si es que plantea alguna- frente a la vorágine desbocada del capitalismo? Rojo aceituna no aventura una respuesta contundente, solo conversaciones al hilo de una o muchas cervezas, y la certeza de que hay “gente humilde y buena, y de ir verificando que los gobiernos no hacen demasiado por esa gente” (Menéndez 2014, pág. 217); pero esa, por mala fortuna, no parece ser una premisa exclusiva del comunismo.

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