Matemáticas

Tenía que volver antes de las 14:00 h. para terminar los deberes de Mates, era la asignatura que peor se le daba. Para mis padres era una condición innegociable de domingo: ponernos al día con nuestras tareas del instituto justo después de comer, su particular guerra santa contra la siesta. A mi hermano le costaba horrores no dejarse vencer por el sueño; tanto, que a veces leía los enunciados de los ejercicios con los ojos prácticamente cerrados, en un esfuerzo titánico que le hacía parecer estrábico, y que a mí me provocaba un ataque de risa incontenible. Siempre fue mucho más responsable que yo, que empleaba el tiempo dedicado al estudio a diseñar estrategias de evasión. Ahora pienso que, en su condición de hermano mayor, se había autoimpuesto mostrarse como ejemplo de conducta.

Aquel domingo había salido con la bici, y no regresó para la hora del almuerzo; tampoco a las 14:00 h., para hacer los deberes de Mates. No tardamos demasiado en enterarnos de lo del camión, es lo que tienen los sitios pequeños. “Al menos no sufrió, fue una muerte instantánea”, esas fueron las palabras que emplearon los médicos. Pero mi hermano siempre fue una persona tremendamente responsable, quizás por eso no me sorprendió verlo aparecer en nuestro cuarto el domingo siguiente, pocos días después del funeral. Eran justo las dos de la tarde y, aunque aún llevaba puesto el casco y la ropa de ciclista, se sentó tras su escritorio en silencio. Mi madre ya había empacado sus libros, cuya visión en la estantería del cuarto que compartíamos le resultaba demasiado dolorosa. Estuve un rato sin saber qué hacer, porque él seguía inmóvil en su mesa, desubicado. Tras un par de minutos incómodos, saqué mi libro de Matemáticas de la mochila y le señalé los problemas que nos habían mandado de tarea; parecía contento. Él estaba dos cursos por encima de mí, pero nunca se le habían dado bien las Matemáticas.

Aún hoy, más de quince años tras el accidente, mi madre se pregunta por qué aparezco cada domingo en su casa, a la hora del almuerzo, con un cuadernillo Rubio de problemas bajo el brazo; tengo toda la colección. Él sigue acudiendo puntual, semana tras semana, ataviado con su casco y la ropa de ciclista.

No ha envejecido un solo día.

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