Capital de los Estados Unidos de América y epicentro de la política nacional, Washington D.C. se conoce oficialmente con el nombre de ‘Distrito de Columbia’, homenaje anglófono a Christopher Columbus -nuestro Cristóbal Colón-, generalizado pionero del controvertido ‘descubrimiento’ de América. Creada en 1791, el nombre de esta ciudad escaparate situada a orillas del río Potomac honra a George Washington, primer presidente del país.
Pero este afán por el homenaje no es una simple cuestión etimológica, y de ello puede dar rendida cuenta el viajero que curiosee en torno al National Mall –la Explanada Nacional–, una zona al aire libre donde se concentran gran parte de los memoriales, extraordinarios museos y monumentos nacionales que convierten a Washington D.C. en una pulida lección de historia.
Llegamos a Washington D.C. felices por saber que Barack Obama seguirá siendo el inquilino de la Casa Blanca durante otra legislatura –la última– tras las elecciones del pasado noviembre. Algunos se preguntarán qué más nos dará a nosotros eso con la que está cayendo en la madre patria. Tienen razón; sin embargo, el nombramiento del primer presidente afroamericano en la historia de este país ha revitalizado la imagen de una ciudad –también a nivel nacional– que languidecía bajo la sombra alargada del tejano George Bush –por no entrar en detalles subjetivos acerca del presagio descorazonador que hubiera supuesto la elección del candidato del Partido Republicano, Mitt Romney–.
Con motivo de una conferencia que reunió a más de 400 personas venidas de todas partes del mundo, desde Omán a Brasil, nos alojamos durante 3 días en el Hyatt Regency Washington on Capitol Hill, cuyas camas algodonadas recordaríamos con nostalgia todas y cada una de las noches del resto de nuestra ruta americana. A dos pasos del Capitolio, sede del congreso de los Estados Unidos, ofrece una localización cómoda y conveniente para recorrer los principales atractivos turísticos de la ciudad. Muy cerca también se encuentra la estación de tren Washington Union Station. Inaugurada en 1907, su Food Court acoge una oferta culinaria amplia y económica, con más de 40 establecimientos donde pueden degustarse de manera informal comidas de casi todas partes del globo.
Para bolsillos más modestos –tómense los nuestros como ejemplo–, el Hi-Washington D.C. es otra de las ofertas de alojamiento que puede encontrar el viajero en su visita a la capital del país. Este hostal, como la mayoría de los de la cadena, está bien situado y ofrece un servicio espartano con desayuno incluido –sin que esto constituya una paradoja–. Además, se organizan diariamente numerosas actividades guiadas para los huéspedes que quieran conocer mejor la urbe y sentir, aunque solo sea por unas horas, el ritmo de vida de los locales.
En cuanto al transporte público, la ciudad cuenta con una red de metro eficiente, compuesta por 5 líneas que conectan puntos diversos de la metrópoli, incluyendo el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan. Sin embargo, las tarifas no son tan económicas como en otras ciudades; puede adquirirse un pase diario ilimitado por 14 dólares, el mismo precio por el que podemos viajar durante 3 días en los trenes de la cosmopolita Chicago. Por solo 1 dólar, una opción alternativa la constituye el DC Circulator, una nueva línea de autobuses que circulan con frecuencia –cada 10 minutos– por los principales vecindarios de D.C., como el bonito e histórico Georgetown.Si visitamos la ciudad en Navidad, entre los meses de noviembre y diciembre, es recomendable hacer una pausa en nuestro paseo hacia el National Mall para curiosear entre los puestos del Downtown Holiday Market. Con una variada agenda musical, es una oportunidad única para disfrutar del ambiente navideño o adquirir alguno de los numerosos productos elaborados por artesanos locales.
Visitar todos los museos que se agrupan en torno al National Mall es una actividad a la que posiblemente haya que dedicarle un mínimo de 2 días, de la mañana al ocaso –si es que la visita quiere hacerse con propiedad–. Solo en torno a esta ‘explanada nacional’ se concentran más de 20 museos y galerías, cuya entrada es gratuita la mayor parte de las veces –un hecho poco frecuente en el país del capitalismo por excelencia–. El National Museum of Natural History, el museo de historia natural más visitado del mundo, o la National Gallery of Art, con su ala este y oeste, son solo una pequeña muestra, si bien magnífica, de la vasta oferta cultural que alberga el Distrito de Columbia. Si se visita el National Museum of the American Indian, su restaurante Mitsitam constituye una parada obligatoria para los foodies curiosos. Es bastante caro, pero en sus fogones se preparan platos inspirados en aquellos típicos de los nativos americanos, desde el chile en nogada de Mesoamérica a la hamburguesa de búfalo de los nativos –globalizados– de las Grandes Llanuras.
Capítulo aparte merecen los memoriales y monumentos nacionales. Uno de los más emblemáticos es el Lincoln Memorial. Construido como un antiguo templo griego, sus peldaños han sido testigos privilegiados de momentos clave grabados en la memoria colectiva del pueblo estadounidense. Aquí, hace ya 50 años, pronunció Martin Luther King Jr. su discurso más popular: I have a dream, pidiendo la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, sin importar el color de su piel. En torno a la misma zona del National Mall se encuentra la Casa Blanca. Parece decepcionantemente pequeña al observarla en la distancia que interponen las rejas que protegen la entrada, pero tal impresión no es más que modestia mal simulada. La residencia presidencial cuenta con 6 pisos y tiene más de 130 habitaciones.Gastronómicamente, Washington D.C. es una ciudad que debe estar en la lista de peregrinaje de los amantes del buen yantar. Nos quedamos con ganas de probar Jaleo. Supervisado por el chef español José Andrés, discípulo de Adrià, fue el primer restaurante de Estados Unidos en introducir el concepto –y disfrute– de un tesoro culinario patrio, las tapas. Sí pudimos disfrutar la cocina de District of Pi, según su propietario, el lugar favorito de Obama en la ciudad para comer pizza. Aun poniendo en duda la veracidad de dicha afirmación –pues, o bien al presidente le gusta en exceso comer fuera de casa o todos los restaurantes de la capital han tomado la frase como eslogan–, lo cierto es que las pizzas aquí son buenísimas.
Ya en China Town, un buen lugar para degustar uno de los mejores Pho que he probado hasta la fecha es PHO-DC. Es un local pequeño que hay que buscar con cuidado, pues su fachada pasa casi desapercibida, donde se sirven sabrosos platos tradicionales vietnamitas por un módico precio. La atmósfera a veces límpida en exceso de downtown se hace menos densa en el bohemio Dupont Circle o en el barrio histórico de la bonita Georgetown, sede de la universidad del mismo nombre, la más antigua del Distrito. Cerca de Dupont Circle podemos dirigirnos a Kramerbooks para pasar una velada entre amigos y copas, un bonito gastropub situado en una librería donde lo único disuasorio es el precio.
Así nos recibió la ciudad de la Casa Blanca durante los casi 6 días que pasamos recorriendo sus calles. Un buen comienzo para nuestra odisea americana y un clima benévolo para ser diciembre. Dejamos Washington D.C. con un buen sabor de boca, alguna triste despedida y la ilusión incombustible de saber que nuestro próximo destino es lo más cercano al calor del Caribe que puede encontrarse en Estados Unidos: Miami, la Cuba del norte.