Miami, la Cuba del norte

En 1513, Ponce de León llega a una tierra inhóspita y hermosísima en busca de la fuente de la eterna juventud. Su muerte, menos de una década después, corrobora el fracaso de tal empresa. Sin embargo, el nombre con el que rebautizó estas tierras se sigue empleando hoy día para referirse al estado donde siempre brilla el sol, Florida.


En su parte sureste, entre los Everglades y el Océano Atlántico, se sitúa Miami; una ciudad donde casi el setenta por ciento de sus habitantes son hablantes nativos de español. Luces de neón, edificios art déco, casi más bares y restaurantes que residentes y un calor que te empapa en pleno diciembre. Miami suena a David Guetta y a Pitbull, pero también a Celia Cruz y Tito Puente. Un lugar más caribe que gringo, donde cuesta creer que uno no ha salido de los Estados Unidos al pasear por sus calles.

Una tarde, al final de un desfiladero opresivo, percibieron un viento de laureles antiguos, y escucharon piltrafas de diálogos de Jamaica, y sintieron unas ansias de vida, y un nudo en el corazón, y era que habían llegado al mar (Gabriel García Márquez).

Miami nos recibe un 18 de diciembre con el corazón contento, con su calor tropical y su acento cubano, tan intrínseco al carácter de la ciudad como sus palmeras orgullosas. Desde el aeropuerto, por 3 dólares, el autobús 150 se encarga de llevarnos a South Beach (SoBe), donde nos alojaremos durante los próximos 7 días. Ya desde el comienzo uno empieza a darse cuenta, sin demasiada dificultad, de cuánta razón tenía Tony Montana al referirse a Miami en Scarface: “Esto es el paraíso”.

South Beach es el barrio por excelencia de Miami, donde el verano nunca termina. Hoteles, discotecas y restaurantes aguardan al viajero en cualquier esquina, con ese ambiente perenne de felices años veinte que le otorgan los numerosos edificios art déco. Tal es el caso del Cardozo Hotel, propiedad de uno de los matrimonios de exiliados cubanos más prósperos de la ciudad –y probablemente del mundo-, Emilio y Gloria Estefan. Sin plantearnos si quiera la posibilidad de contribuir a aumentar el patrimonio de los Estefan, nos  alojamos en Posh, un hostal de cinco estrellas en el corazón de South Beach. Con una cocina de ensueño y una de esas piscinas que hacen creer en un mundo mejor, la única característica que sitúa a Posh en la categoría de hostal y no de hotel es que todas las camas se agrupan en un único espacio. Si no se quiere compartir los secretos de alcoba con el resto de huéspedes, otra opción de alojamiento más que recomendable la constituye Tropics; precios envidiables a dos pasos de la playa, con una terraza que invita a prolongar hasta la madrugada las veladas improvisadas.

Para continuar la noche, buenas noticias para los party animals, Miami es de los pocos lugares de Estados Unidos donde los clubs cierran a las 5 de la mañana, como en casa. En Ocean Drive, en primera línea de playa, se encuentra Mangos, uno de los infinitos locales de ocio del Miami juerguista. La entrada es gratuita y la decoración excesiva, pero recuerda tanto a la discoteca salvaje que regentaba Robin Williams en Una jaula de grillos que es difícil resistirse. 
Contra la merecida resaca del día después, Puerto Sagua tiene el antídoto perfecto, porque otra de las cosas que enamora de Miami –por fin– es su comida. Ropa vieja, arroz a la cubana, sopas de pescado que obran milagros de resurrección o flanes que alegran el alma. Este restaurante está siempre lleno e invita a repetir con confianza. Muy cerca de la zona, entre la calle 21 y la 47, se extiende el Wooden Boardwalk, un agradable paseo a orillas del mar para purgar los pecados del paladar, o simplemente para disfrutar observando la profusión de Adonis que, para deleite del espectador, pasean ligeros de ropa por la orilla.

El autobús C, en Washington Avenue con la calle 5, nos lleva desde SoBe hasta Downtown Miami. Nos apeamos en la última parada y nos dirigimos caminando hasta Government Center, desde donde tomamos el número 8 con dirección al corazón del Miami cubano, la Pequeña Habana. A raíz de la victoria de la “revolución de los barbudos” sobre la dictadura de Fulgencio Batista en 1959, más de 400.000 cubanos en exilio forzado llegaron a Miami en menos de una década. La Pequeña Habana fue el primer punto de encuentro para la mayoría de los expatriados. Hoy, al suroeste de la octava calle, entre la avenida 17 y la 27, Calle Ocho constituye una visita obligada para el viajero.

Aroma de puros sabrosos, acordes de trompetas con sabor a salsa y toneladas de ese añorado caribeñismo que congelan los inviernos de Minnesota. El pequeño parque Máximo Gómez es testigo de partidas diarias de dominó y ajedrez, pretexto de largas conversaciones protagonizadas por la calma saludable y el acento musical de los latinos. Atención a las normas de etiqueta porque el uso de camisetas y chancletas está terminantemente prohibido. 

A pocos pasos del parque hacemos un descubrimiento gastronómico inesperado, el local Los Primos, donde no se sirven “desayunos” sino “desañunos”. Con todas las reservas del mundo y desafiando las leyes de la ortografía, nos adentramos en el pequeño restaurante temiendo lo peor. Lo único que consigue captar nuestra atención a primera vista es el menú del día: picadillo, lentejas, arroz blanco y ensalada; todo por 3 dólares. Teresa, la cocinera, es una mujer bajita y tímida hasta la médula, que prepara el café más cremoso del mundo y te llama “mi cielo”, mientras Polo Montañez, que componía hasta durmiendo, canta que por ti bajaría del firmamento un millón de estrellas. Que me perdonen los adeptos a los fogones refinados, pero es una de las mejores comidas de las que he disfrutado en Estados Unidos. Aquí uno aprende que los caprichos de la lengua poco tienen que ver con los del paladar.

A poco menos de una hora al sur de Miami, la biodiversidad se exhibe en los Everglades, las ‘ciénagas eternas’. Por 30 dólares, Tours & Tickets ofrece visitas organizadas al parque desde SoBe, incluyendo una ruta por los pantanos en hidrodeslizador, que con un ruido atronador se aventura en las aguas en búsqueda de algún cocodrilo o ave despistado al que no le importe dejarse retratar. El parque también ofrece al turista la posibilidad de probar carne de cocodrilo, una mezcla entre pollo y langosta, tan rebozada que resulta difícil identificar algún sabor desconocido en la hazaña.

El ‘síndrome de los Cayos’ es una extraña enfermedad que únicamente puede contagiarse en Florida. Han sido víctimas de sus efectos adversos personajes tan ilustres como Ernest Hemingway o Henry Truman, y aún no se ha descubierto el antídoto que cure tal dolencia.  Los síntomas se manifiestan en un deseo repentino por soltar las amarras del puerto de origen y establecerse sin nostalgia en este archipiélago, dividido entre el Océano Atlántico y el Golfo de México, exactamente a 90 millas de distancia de la Perla del Caribe.

Nos levantamos a las 6 de la mañana para salir a las 7 hacia Cayo Hueso, pero la belleza del lugar bien merece el sacrificio de madrugar en vacaciones. Un oasis de aguas azul turquesa y hermosas casas coloniales, donde las gallinas pasean tranquilas en la calle y se prepara el mejor pastel de limón del país, el Key lime pie. Según los lugareños, las limas que crecen en los Cayos de Florida le confieren un sabor difícil de comparar lejos de estas coordenadas. Para almorzar, más por su ubicación que por la calidad de su comida, el Southermost Beach Café es una buena opción. Un restaurante acogedor donde uno puede pasarse una vida escuchando el ronroneo manso de las olas y sintiendo la brisa del mar. Visitamos la isla solo por 6 horas, suficientes para contagiarnos sin remedio del ‘síndrome de los Cayos’.

Después de una cena de Navidad a base de leche de coco y arroz con pollo -que para eso estamos casi en el Caribe- nos toca despedirnos de este lugar hermoso. Adiós al calor, a los paseos por la orilla del mar y a nuestro recepcionista de ojos verdes. Enamorarse de Miami debe ser una de las cosas más fáciles del mundo.

…pregunté si creía en los amores a primera vista. “Claro que sí”, me dijo. “Los imposibles son los otros” (Gabriel García Márquez).

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