En el Miradouro da Senhora do Monte, una de las numerosas atalayas que contemplan la ciudad de las siete colinas, podía leerse hasta hace poco una frase efímera que resumía bien la impresión que esta urbe, en la desembocadura del río Tajo, acostumbra a causar entre sus visitantes y afortunados moradores: Que amor é este que me faz ir e voltar, Lisboa?